miércoles, 15 de diciembre de 2010

· Por un descuido



Lleno de vaivenes fue mi bagaje por la autopista como cuando desde la medianera veía los coches pasar y desde allí sentía la rapidez placentera y el miedo del peligro, todo a la vez. Ahora algo ha cambiado. Procuro desentenderme de los viajes que me llevan allí y me traen aquí, como la aguja que marca la velocidad, corta a veces larga otras. Pero ya hoy no recuerdo nada por mucho que quiera. No me acuerdo ni del nombre de aquella carretera, y todo por un descuido de mi naturaleza; no consigo recordar las horas que estuve cerca del túnel o cerca de la luz.

1 comentarios:

Locuaz dijo...

La oscilación del ánimo, la afectividad, las tensiones, los impulsos puntuales mantenidos anormalmente, las honduras que excava el sentimiento constate de desazón y desesperanza producidos por una cuestión química y no por causas externas, son estragos que sólo se pueden atisbar desde ésta parte. En el lado del padecimiento hay intervalos en que todo se vuelve confusión y desorientación, sin añadir las lagunas mentales que el trastorno produce.

Por eso lo que se intenta es que en esa circulación llena de tensión y de obstáculos, en ese tubo de deslizamiento resbaladizo que va girando arrastrándonos a uno u otro extremo, encontremos maneras de frenar, asideros que son puntos de apoyo para evitar las caídas libres. Elementos para desacelerar el péndulo y llevarlo lo más cerca posible del punto medio. Formas naturales, afectivas, químicas de paliar su efecto, y lo que tengamos a mano que contribuya eficazmente a esta tarea.

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