Estuve allí, donde nadie me pudiera ver, y esperé la caída de la tarde. Por la ventana vi tu rostro de gato escondido tras la tapia, y me produjo un escalofrío que quemó mi piel como llagas hechas por el sol. Pude comprobar el rechazo que me producía tu sola presencia y desapareciste entre la niebla. A lo lejos tu sombra dijo un adiós o un hasta la vista. Tu insistencia es dura como una nuez y vendrás para el próximo día, una vez más.
Has llegado de nuevo y no quiero ver ni tu sombra, oscura como una caverna que ciega mi entendimiento, y te topas conmigo para embaucarme a un mundo de desesperanza. Gato flaco, deja de manifestarte porque me quedo sin aliento al ver tu cola nerviosa darse impulso para subir al tejado, mientras yo sigo tras la ventana, perdida.
1 comentarios:
Ese gato escuálido y acechante no tiene conciencia. Es quien le teme el que le da las armas con que atemorizar y acorralar más a los que merodea.
Si paralizados por su presencia, nos quedamos mucho rato mirándolo fijamente, nos acabará hipnotizando y haciendo mucho más efectivo su poder sobre nosotros y multiplicando su triste y monótono influjo.
Hay que ignorarlo y apartar la mirada de la tapia y de la ventana. Salir a cielo abierto, en donde las sombras no engañan, porque todo está claro y diáfano y el aire nos reconforta y tonifica.
Besos.
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