domingo, 31 de enero de 2010

· Literatura y Jazz

"El Perseguidor” (1959) es un relato o Cronopio como él los llamaba, en el que Julio Cortazar inicia una nueva forma de narrar, donde cuestiona de forma clara y renovada el lenguaje establecido (en literatura), y que le llevará más tarde como consecuencia a escribir “Rayuela”.

En él cuenta la última época de la vida del saxofonista Johnny Carter, neurótico, drogadicto y bohemio, que es en realidad una fabulación sobre el músico y pionero del Bebop, Charlie Parker, y su relación con el crítico de Jazz Bruno. Él será la figura desde cuyo prisma se narran los acontecimientos, su relación de admiración, perplejidad y frustración para con el músico,  la obligación de ayudar y favorecer sus precarias  circunstancias con el distanciamiento de seguridad pertinente, y que estaría encarnada por Cortazar:
"Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar", piensa Bruno, quien, entre el perfil humano y el jazz, descubre que "uno es una pobre porquería al lado de un tipo como Johnny Carter". Bruno, que ha escrito un libro que es -lo reconoce Johnny- "como lo que toca Satchmo(1), tan limpio, tan puro".
(1) Louis Armstrong también conocido como Satchmo.

La literatura de Cortazar es la de un espíritu libre cuya máxima es:“…la única regla del juego es que no hay regla para que siga habiendo juego, que está prohibido prohibir, que la enemiga insistente de la literatura y de la vida es la solemnidad..."

Algunos fragmentos significativos de "El Perseguidor":
[…]Lo sigo a la calle, erramos unos metros hasta que en una calleja nos interpela un gato blanco y Johnny se queda largo tiempo acariciándolo. Bueno, ya es bastante; en la plaza Saint-Michel encontraré un taxi para llevarlo al hotel e irme a casa. Después de todo no ha sido tan terrible; por un momento temí que Johnny hubiese elaborado una especie de antiteoría del libro, y que la probara conmigo antes de soltarla por ahí a todo trapo. Pobre Johnny acariciando un gato blanco. En el fondo lo único que ha dicho es que nadie sabe nada de nadie, y no es una novedad. Toda biografía da eso por supuesto y sigue adelante, qué diablos. Vamos, Johnny, vamos a casa que es tarde.

-No creas que solamente es eso -dice Johnny, enderezándose de golpe como si supiera lo que estoy pensando-. Está Dios, querido. Ahí sí que no has pegado una.
-Vamos, Johnny, vamos a casa que es tarde.
-Está lo que tú y los que como mi compañero Bruno llaman Dios. El tubo de dentífrico por la mañana, a eso le llaman Dios. El tacho de basura, a eso le llaman Dios. El miedo a reventar, a eso le llaman Dios. Y has tenido la desvergüenza de mezclarme con esa porquería, has escrito que mi infancia, y mi familia, y no sé qué herencias ancestrales... Un montón de huevos podridos y tú cacareando en el medio, muy contento con tu Dios. No quiero tu Dios, no ha sido nunca el mío.
-Lo único que he dicho es que la música negra...
-No quiero tu Dios -repite Johnny-. ¿Por qué me lo has hecho aceptar en tu libro? Yo no sé si hay Dios, yo toco mi música, yo hago mi Dios, no necesito de tus inventos, déjaselos a Mahalia Jackson y al Papa, y ahora mismo vas a sacar esa parte de tu libro.
-Si insistes -digo por decir algo-. En la segunda edición.
-Estoy tan solo como este gato, y mucho más solo porque lo sé y él no. Condenado, me está plantando las uñas en la mano. Bruno, el jazz no es solamente música, yo no soy solamente Johnny Cárter.
-Justamente es lo que quería decir cuando escribí que a veces tú tocas como...
-Como si me lloviera en el culo -dice Johnny, y es la primera vez en la noche que lo siento enfurecerse-. No se puede decir nada, inmediatamente lo traduces a tu sucio idioma. Si cuando yo toco tú ves a los ángeles, no es culpa mía. Si los otros abren la boca y dicen que he alcanzado la perfección, no es culpa mía. Y esto es lo peor, lo que verdaderamente te has olvidado de decir en tu libro, Bruno, y es que yo no valgo nada, que lo que toco y lo que la gente me aplaude no vale nada, realmente no vale nada.[…]

 

[…]Sí, a veces la puerta ha empezado a abrirse... Mira las dos pajas, se han encontrado, están bailando una frente a la otra... Es bonito, eh... Ha empezado a abrirse... El tiempo... yo te he dicho, me parece, que eso del tiempo... Bruno, toda mi vida he buscado en mi música que esa puerta se abriera al fin. Una nada, una rajita... Me acuerdo en Nueva York, una noche. Un vestido rojo. Sí, rojo, y le quedaba precioso. Bueno, una noche estábamos con Miles y Hall... llevábamos yo creo que una hora dándole a lo mismo, solos, tan felices... Miles tocó algo tan hermoso que casi me tira de la silla, y entonces me largué, cerré los ojos, volaba. Bruno, te juro que volaba... Me oía como si desde un sitio lejanísimo pero dentro de mí mismo, al lado de mí mismo, alguien estuviera de pie... No exactamente alguien... Mira la botella, es increíble cómo cabecea... No era alguien, uno busca comparaciones. Era la seguridad, el encuentro, como en algunos sueños, ¿no te parece?, cuando todo está resuelto, Lan y las chicas te esperan con un pavo al horno, en el auto no atrapas ninguna luz roja, todo va dulce como una bola de billar. Y lo que había a mi lado era como yo mismo pero sin ocupar ningún sitio, sin estar en Nueva York, y sobre todo sin tiempo, sin que después... sin que hubiera después... Por un rato no hubo más que siempre... Y yo no sabía que era mentira, que eso ocurría porque estaba perdido en la música, y que apenas acabara de tocar, porque al fin y al cabo alguna vez tenía que dejar que el pobre Hall se quitara las ganas en el piano, en ese mismo instante me caería de cabeza en mí mismo...
Llora dulcemente, se frota los ojos con sus manos sucias. Yo ya no sé qué hacer, es tan tarde, del río sube la humedad, nos vamos a resfriar los dos. […]

 

[…]Lo llevo poco a poco hacia la plaza. Por suerte hay un taxi en la esquina.
-Sobre todo no acepto a tu Dios -murmura Johnny-. No me vengas con eso, no lo permito. Y si realmente está del otro lado de la puerta, maldito si me importa. No tiene ningún mérito pasar al otro lado porque él te abra la puerta. Desfondarla a patadas, eso sí. Romperla a puñetazos, eyacular contra la puerta, mear un día entero contra la puerta. Aquella vez en Nueva York yo creo que abrí la puerta con mi música, hasta que tuve que parar y entonces el maldito me la cerró en la cara nada más que porque no he rezado nunca, porque no le voy a rezar nunca, porque no quiero saber nada con ese portero de librea, ese abridor de puertas a cambio de una propina, ese...
Pobre Johnny, después se queja de que uno no ponga esas cosas en un libro. Las tres de la madrugada, madre mía. […]

·Aquí teneis el relato completo.
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· Selección especial de la música de Charlie Parker:

1 comentarios:

José Manuel Guerrero C. dijo...

Hace un porrón de años que leí Rayuela, tengo que echarle un vistazo de nuevo. La prosa deste tipo cada día es más iconoclasta, en el sentido nihilista del concepto, no se si me explico.
Dos entradas en un día, vaya vaya, eso es lo suyo.

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