Unas veces lloras, otras te sonríes como un arlequín con ojos grandes y vibrantes mirando a la Luna, y a solas esperas la noche tras la ciudad recortada bajo el cielo roto, con sus farolas que se encienden poco a poco, con los cierres que se echan tras el fin de la jornada, con las persianas bajadas que encierran soledad o cansancio...
Así y todo no sabes si romper a llorar por algo que no consigues adivinar, que flota en el ambiente y no lo quieres dejar escapar.
Cierra los ojos por un momento y deja que por último, el vagabundo se recueste en aquel banco, de aquella calle, de aquella ciudad, y cuando los abras, te sorprenderás mirando al faro encendido que guía a los durmientes... Es el alma de la Luna, que se viste de color si ves más allá, y en ella no hay cabida para una lágrima.
Cierra los ojos por un momento y deja que por último, el vagabundo se recueste en aquel banco, de aquella calle, de aquella ciudad, y cuando los abras, te sorprenderás mirando al faro encendido que guía a los durmientes... Es el alma de la Luna, que se viste de color si ves más allá, y en ella no hay cabida para una lágrima.
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