sábado, 19 de diciembre de 2009

· Tormenta


En el horizonte crepuscular, ráfagas de ramajes fluorescentes arrecian en la noche y el temor al paso de su fragor ahuyenta a los espíritus malignos que habitan en la tierra.

Avanzada la noche quedan rastros de cielo ralo, dejando escapar al fin aquellas nubes que pasaron cargadas de rugidos otoñales.

Y en el aire, cargado de gotas nacaradas, queda un olor a tierra mojada que amaina la violencia del viento tras el crepitar del cielo profundo.

2 comentarios:

José Manuel Guerrero C. dijo...

No hay nada como una buena tormenta de otoño para poner las cosas en su verdadero sitio. La tierra mojada por la lluvia nos reconcilia con los instintos más básicos que poseemos, esos que nos transporta a la infancia.
Una tormenta en la sierra -cmo la que me cogió el otro día a mi-, me recarga la pituitaria.
Besos.

El Paseante dijo...

Sí sí, la primera tormenta del otoño, la más esperada, la más agradecida... Pero cuando lleva dos semanas lloviendo casi sin parar, entonces sólo piensas en el cálido sol de una mañana de invierno, que te infunde esperanzas. Hoy sólo quiero ver el sol.

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