miércoles, 30 de septiembre de 2009

· Encuentro

                


Viste aquella luz que te hechizó y la dejaste escapar por un temor injustificado. Para escarmiento tuyo no la volviste a ver hasta después de verano. La estuviste esperando siempre que la recordabas, pero sabías que no volvería hasta estar segura de que no era una mentira.

Diste por seguro que aquella luz se presentaría acompañada de aires serenos y así fue. Era la blanca luz que la niebla de otoño te obsequió sin melancolía alguna, ofreciéndote un rumbo nuevo donde recobrar tu aliento. Ya no existió temor.

1 comentarios:

Locuaz dijo...

El otoño es mi estación preferida. La primavera entre las alergias, y lo poco que dura por lo general en Sevilla, se me pasa en un suspiro. Creo que en parte es por la cantidad de fiestas que se nos acumulan y que nos producen una sensación de vértigo.

De todas maneras la experiencia me ha enseñado que los cambios de estación siempre traen alteraciones del ánimo en las personas que más quiero. Dicho de forma más grafica: le temo más al cambio (estacional), que a un nublao (de tiniebla y pedernal que diría la canción).

La luz del otoño es increíble, los atardeceres son de impresión. Hay que aprovechar esta época para pasear y vivir esta luz.

Publicar un comentario