jueves, 8 de octubre de 2009

· El teatro de mi vida



Tengo ganas de celebrar el olvido de tragedias pasadas y aludir las bondades cercanas. Lo celebraré dirigiendo el teatro de mi vida, con sus límites y cortapisas, con sus superaciones y voluntad en el camino.

La función empieza, describiendo la futilidad y
decadencia de muchos de los actos que se presencian. Sigue la escena, explicando que existen otros mundos placenteros, que se perfuman con aromas embriagadores, que no ocultan sus encantos. Termina con el actor que encarna al futuro venidero, enfundado con una máscara de tragicomedia. Se acaba la fábula de mi teatro, tan breve como subjetiva.

Sujeto temblorosa las cuerdas del telón y, cuando termina la función, lo hago bajar para separar mis vivencias íntimas de las que tocan al corazón. Al terminar hago un pulso con la vida, tan fuerte como una ovación, y guardo las vestiduras que me han hecho llegar hasta aquí.

1 comentarios:

Locuaz dijo...

Desde luego. No hay que tomarse nada demasiado en serio, excepto el sentido del humor.

Hay que levantarse por la mañana; y aunque uno ese día no tenga ganas de abordar la función, hay que maquillarse lo mejor posible y poner la mueca de buena cara e interpretar nuesrto papel, o si se quiere, revelarse e improvisar. Pero siempre con valentía y dignidad.

La vida discurre entre la Tragedia y la comedia; es la diferencia entre llegar al otro extremo del cable de funambulista dando una cabriola, o estrellarse en el suelo sin red.
Cada uno en esta vida interpreta su papel “dramático-cómico”. Unos el de Polichinela, otros el de los “Cristobitas”, otros están en permanente chirigota de Cai, y otros en el tearto del absurdo. ¡Corramos a la escena que empieza la función!

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